2018

Dicen que el que llega sin que lo inviten, se va sin que lo echen. Hay des-amores así.

Con todas las vueltas que da la vida, hay quienes van y regresan, entran y salen de la misma manera y que, por alguna razón extraña, nunca se terminan de ir por completo.

En mi caso solamente hay una persona capaz de llevarme a ese lugar en mi mente donde siento que guardo las cosas inconclusas. Y eso que siempre he sido buena poniendo puntos finales y comas en su lugar. Pero por algún motivo, hay algo que no empieza ni termina. (Y está bien...)

Nos conocimos a finales de siglo, creo que fue justo después de "Radar" pero antes de "Vaivén". Por cosas de la vida, pasamos años en ese ir y venir, en el que coincidíamos en el mismo círculo, en el mismo lugar. A veces coicidíamos más veces que otras, y a veces hasta nos poníamos de acuerdo.

A pesar de que la vida nos seguía poniendo mutuamente en el camino del uno o del otro, algo en mí hacía que pensara en lápiz y nunca en tinta, casi como si necesitara una ruta de escape, en caso de emergencia.

Para mí esta situación era lo más anormal del mundo, mataba el tigre, para tenerle miedo a las rayas, pero admito que mis razones tenía.

El tiempo es anestesia. Hace que olvides cosas y sentimientos. Hace que dudes si algo pasó o si solo fue producto de tu imaginación, en modo universos paralelos. Si no fuera por objetos tangibles, como ladrillos, creo que habría partes de mí que pondrían en tela de duda la existencia de ciertos momentos.

Años después, después del salvavidas de hielo, felizmente se han dado transgresiones necesarias. El círculo ya no existe, (irónicamente el tren tampoco). El mismo lugar es otro.

En cierto modo, lo mejor que pudo haber pasado es eso: el pasado, el tiempo, el espacio. En mi caso, haberme salido de mi propio camino.




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